Título: The Final Cut (La memoria de los muertos)
Año: 2004
Género: C. Ficción, Thriller
Director: Omar Naim
Guión: Omar Naim
Duración: 104min
Reparto: Robin Williams, Mira Sorvino, Jim Caviezel, Mimi Kuzyk, Stephanie Romanov, Michael St. John Smith
Produc.: Lions Gate Entertainment, Cinerenta Medienbeteiligungs KG, Industry Entertainment, Final Cut Productions
Muchas veces una película pasa
desapercibida. Lo que acaba siendo una verdadera injusticia, si el argumento que se
contaba era bueno, como en el caso del director Omar Naim, quien tendría que contentarse
con sólo cuatro semanas en cartelera.
En Octubre del 2004 esto es lo que sucedería con lo último de Robin Williams, quien personificaba a Alan Hakman,
montador de recuerdos de vidas ajenas. Algo muy, pero muy delicado.
La película nos adentraba en una
realidad imaginaria, en donde sólo algunos, aquellos que pudieran costearlo, tendrían
acceso a unos implantes de memoria, invento desarrollado por el programa Zoe y
cuya función era registrar todo aquello captado a través de nuestros ojos, desde
nuestro nacimiento hasta el momento de nuestra muerte. De aquí, que la gran
interrogante fuera de orden ético.
Convivir toda la vida con una suerte de chip,
dispositivo, o como quisiera uno llamarle, tenía en principio un objetivo
medianamente útil. Al morir, el implante sería entregado a un montador (en este
caso, Robin Williams), quien desde su isla de edición vería el material, seleccionaría
lo que creyese más agradable y adecuado y eliminaría todo lo otro. Lo elegido
sería proyectado en el “rememorial” del funeral, espacio de un par de horas
donde los presentes podrían ver al ser amado, para recordarlo de la mejor manera.
La idea en sí, no parecería mala. Ir al velatorio
de un pariente o un amigo, en un momento en el que estábamos destrozados y
verlo, de repente, riendo una última vez. Acaso disfrutar de lo mejor de su
niñez, de su adolescencia o de su adultez. Todo muy lindo.
Pero nada de esto quitaba que las
vivencias grabadas en el chip ya no serían personales. Hiciese uno lo que hiciese,
desde lo más trivial hasta lo menos, o incluso lo más horrible, todo sería,
al final, una gran película a ser vista por un montador, quien tendría que
obviar cualquier clase de juicio de valores y nunca hablar de ello. La pregunta
acá sería entonces, ¿con qué derecho?
Si el difunto fuere, por
ejemplo, un asesino o un violador, sólo bastaría con pulsar un
botón para desechar todas las pruebas y crear así una falsa imagen, de alguien
que sería recordado, no por lo que había sido, sino por lo que sería visto en
la mentira de su montaje.
En la película, Mira Sorvino sería Delila y Jim Caviezel, Fletcher. Ella funcionaría para Alan como su apoyo emocional, y él, cómo un problema. De Delila podría agregarse, que faltó saber más sobre su personaje. De Fletcher, únicamente, que es quien se empeñaría en adquirir el último implante obtenido por Alan, correspondiente a un tal Charles Bannister, un fallecido delincuente.
Por último podría recalcarse, que si bien ha sido un concepto de lo más original, la
historia escrita por Omar Naim tiene una pequeña inconsistencia. Puesto
que el chip mantiene registros tan largos, es intrigante cómo un
montador pudiera sea capaz de ver todo ese material en tan corto plazo, antes de un
funeral. Un error que, aunque le quita a la trama cierto realismo, resulta más
conveniente pasarlo por alto y darle a su director el visto bueno por el
intento.
Como dato curioso, sólo decir que esta sería la segunda de las incursiones de Robin Williams dentro del género de la ciencia ficción en un largo, pero sobre todo, tocando conceptos polémicos. Ya antes había sido un extraterrestre en la serie Mork y Mindy (1978-1982), pero tratándose de una comedia. En cambio, su anterior trabajo dramático, también sobre cuestiones con controversia, había sido la cinta de 1999, El hombre bincentenario, de Chris Columbus, en donde Williams hacía de robot.
Mi puntaje: 7/10
Mi puntaje: 7/10
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