Título: Les Choristes (Los Coristas)
Año: 2004
Género: Drama, Musical
Director: Christophe Barratier
Guión: Georges Chaperot y René Wheeler (historia de 1945 "La Cage aux rossignols"), René Wheeler y Noël-Noël (guión de 1945 "La Cage aux rossignols"), Christophe Barratier (historia en pantalla), Christophe Barratier y Philippe Lopes-Curval (guión)
Duración: 97min
Reparto: Gérard Jugnot, Jean-Baptiste Maunier, Maxence Perrin, François Berleand, Marie Bunel, Grégory Gatignol, Kad Merad
Produc.: Vega Film, Banque Populaire Images 4, CP Medien AG, Canal+, Centre National de la Cinematographie (CNC), Dan Valley Film AG, France 2 Cinéma, Galatée Films, Novo Arturo Films, Pathé Renn, Productions, Procirep
Presup.: €5.500.000 millones aprox.
En Los Coristas,
Pierre Morhange (Jacques Perrin) es un director de orquesta francés, que se haya en Nueva York, cuando debe de volver a su
país por la muerte de su madre. Tras el entierro se reencuentra con Pépinot (Didier Flamand), antiguo
compañero del internado, y con quien rememorará aquellos tiempos, cuando sus
vidas fueran tocadas por el maravilloso Clément Mathieu (Gérard Jugnot).
Llaman a la puerta. Pierre le
abre a alguien a quien él no reconoce. Su visitante, en cambio, parece muy seguro
de que esto no es así. Para sorpresa de Pierre, se trata de Pépinot. Es que hace cincuenta
años que no se ven.
Pierre invita a Pépinot a pasar,
momento en el cual empiezan a charlar sobre su época de pupilos. Pierre siente
especial interés por saber qué fue de Mathieu, de cuyo diario él nunca ha oído
hablar y que el propio Pépinot le da a conocer.
Este es el prólogo de la película, en donde sus vivencias en Fond de L 'Étang (Fondo
del Tanque) nos son contadas a través de este diario.
Todo se remonta a un día sábado
de 1945, cuando Mathieu llega a los portones del internado. Allí se topa con un
niño muy quieto y callado quien, tras el portón, parece esperar a que algo ocurra. Mathieu más adelante se enterará de que el niño es Pépinot. Un
huérfano que aguarda cada sábado, a la llegada de un padre que él se niega a
aceptar que haya fallecido.
Mathieu se presenta como el
nuevo vigilante, ante un personal que no se molesta en darle una bienvenida
cálida o en hablarle bien de los pupilos. Muy por el contrario, sólo saben
describirle a chicos indisciplinados, que carecen de respeto por los adultos.
Uno como espectador, aún sin
haber visto todavía nada, ya debería ir haciéndose una idea de, cómo son realmente las cosas. La infancia es la etapa en que necesitamos, más que
nunca, ser entendidos y escuchados, y la atención y la comprensión son algo que
estos niños desconocen. Sucede que Rachin (François Berleand), el director del internado, es un cretino, un
ególatra y un completo malhumorado. Sus asuntos personales lo han llevado a
descargar su bronca sobre quienes no lo merecen y a regirse bajo un código
implacable de: “acción – reacción”, en donde cualquier mala conducta es penada severamente. Rachin y
sus subordinados parecieran estar siempre expectantes a las indisciplinas,
como si el confinamiento en el llamado “calabozo” fuera el mayor de sus placeres. Son muy buenos, penando los errores, y muy malos, recompensando los pocos aciertos.
Mathieu empieza a cumplir con
sus funciones, a lo que descubre de inmediato, que lo que le habían dicho
antes no era mentira. Allí adentro sí que hay problemas. Pese a esto, a él le
cuesta acostumbrarse a eso de la “acción – reacción”, ni le agrada que a los
niños se los encierre. Pero entonces, claro... Mathieu, a diferencia del poco
capaz de Rachin, con o sin problemas, él sí
tiene paciencia y capacidad de escucha. Ambas indispensables, si se pretende
sacar algo bueno de estos niños. En seguida se le enciende la lamparita y se propone
a sustituir el castigo por la música. Básicamente, quiere hacerles darse cuenta a los niños,
de que sí, que ellos valen, y que sí, que ellos sirven para algo.
El nuevo vigilante comenta a
Rachin su intención de formar un coro, ya que no es cosa de llegar un día y
empezar a hacer lo que le plazca. El director, amargo como siempre, nunca le
sonríe o lo anima por su idea. Sólo se limita a mostrarle su desdén y a
advertirle de lo que podría ocurrirle si las cosas se le saliesen de control.
Pronto, Mathieu ha probado a los
niños, los ha separado según el tipo de voces y ha formado su coro. Pronto,
también, ciertos incidentes llevan a que Rachin le prohíba seguir con su
experimento. Que es cuando la cosa se pone aun más interesante, porque Mathieu desobedece y practican, entonces, a escondidas.
De aquí en más, cada vez que los
niños canten será un momento mágico, de pura belleza, y en donde Rachin se
habrá convertido, momentáneamente, en algo lejano e inofensivo. Mathieu, asimismo,
establecerá, a lo largo de la película un muy especial vínculo con dos de sus
alumnos, Morhange y Pépinot. Que son quienes nos narran la historia desde un principio.
En una oportunidad, leí una
famosa frase de Alfred Hitchcock, en la que este decía: “Nunca trabajes con
niños, con animales o con Charles Laughton”. La verdad es que sobre Laughton
carezco de detalles, pero sí se de lo nervios que pasó Hitchcock filmando con
niños y con perros. Lo que me dice que este inglés debió de ser un realizador
de poca paciencia. Es que luego de disfrutar del coro de pupilos de Christophe
Barratier, se hace difícil pensar que estos chicos pudieran ser tan alborotadores.
La dirección de actores acá es
magnífica. Lo mismo que la manera en que los chicos se meten en sus personajes.
Lo que me hace pensar que, a no ser que estos niños fuesen luego, doblados por otros coristas, Jean-Baptiste Maunier y sus compañeros debieron de haber amado
esos momentos en los que el director decía acción, para que ellos, con sus voces,
pudieran divertirse.
En Los Coristas cada escena tiene a unos niños actores que, lejos de
ser de piedra, uno puede entender lo que sienten, ya sea que sufran o que
reían. Uno puede ver cómo Mathieu pasa de ser profesor, no sólo a convertirse en director de coro, sino que también, en terapeuta. Porque a veces, no es un máster en psicología lo que se precisa
para ayudar, sino que el saber compadecer y escuchar al otro.
Mi puntaje: 8/10
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