Título: Demandando al Diablo (Suing the Devil)
Año: 2011
Género: Comedia, Drama
Director: Timothy A. Chey
Guión: Timothy A. Chey
Duración: 106min
Duración: 106min
Reparto: Malcolm McDowell, Bart Bronson, Roslyn Gentle, Shannen Fields, Tom Sizemore, Chad Lammers, Annie Lee, Gabrielle Whittaker, Gemma Kaye, Robin Querre, Jeff Gannon
Produc.: Mouthwatering Productions
En Demandado al Diablo, Luke (Bart Bronson), un hombre cristiano y estudiante de derecho lleva al Diablo (Malcolm McDowell) a juicio, por creerlo responsable de todo, cansado de sus problemas y de la sociedad caótica.
La película inicia con un texto blanco en fondo negro, en donde leemos un pasaje de la Biblia, que alude al rey de los cielos y al de las tinieblas.
Apreciamos ahora, el logo de Mouthwatering Productions, seguido de imágenes de Sydney y de la voz de Luke, hasta que aparece en escena. Él trabaja de día y estudia de noche, aunque últimamente, la muerte de su madre lo ha desanimado.
Luke se queda dormido en la biblioteca. Después, en su casa se lo ve intranquilo, por todo el caos descrito en el informativo. En la cocina discute al teléfono y preocupa a Gwen (Shannen Fields), una esposa que tose mucho.
Bart Bronson nos demuestra que es incapaz de actuar, cuando habla a Gwen sobre el Diablo y sus maldades. Además, el libreto que le han dado es insufrible, y su monólogo, totalmente descartable. Timothy A. Chey nos está presentando a un fundamentalista religioso, necesitado de ayuda psicológica.
Poco antes de perder, definitivamente la razón, Luke, en su camioneta, va en busca de venganza, con revólver, pero sin balas. Algo que no ha pasado con su Biblia, que aguarda en la guantera, a ser usada.
Sin detenerse a meditarlo, decide ir por su demanda, que incluye repartir volantes, invitando a Satanás a dar la cara. Acá es muy gracioso, como entrega algunos, a adoradores del Diablo, como si supieran su paradero.
A cargo del caso está la jueza Woods (Roslyn Gentle), que al principio no sabe si es broma, o si el hombre está loco. Cuando se percata de que, va en serio, el proceso continúa.
Un día antes de que culmine el juicio por rebeldía y para sorpresa del propio Luke, un tipo alto, delgado y canoso aparece en la corte, afirmando ser él el demandado. Woods se ríe, reconociendo el buen sentido del humor, y pregunta por las cámaras ocultas, que de hecho, no existen.
En este momento, el inesperado visitante argumenta que no hay pruebas de que él sea el Diablo… pero tampoco, de lo contrario. Afirmación, que aunque insostenible, en cualquier película sensata, puede dejarse correr, como sus otros, tantos horrores.
El Diablo también hace ver el alcance de sus poderes, al elevar la temperatura de la sala sin mover un solo dedo y dejando claro de lo que es capaz. Así nos damos cuenta de que este sujeto no es normal, aunque nadie en el filme lo note, como si fueran todos ciegos.
Dada la índole del caso, este es televisado a nivel mundial. Entonces, desde todas partes podrán divertirse con la incompetencia de los abogados. Habiendo ya jueza, jurado, demandante y demandado, todo lo que sigue es una muestra de que Timothy A. Chey no tenía idea de lo que hacía. Su nulo sentido común se ve en un filme repleto de baches. Tantos, que asombra que este director recibiese apoyo financiero.
Previo al juicio, El Diablo conoce a quienes suponen ser los diez mejores abogados del país. Todos ellos, de altos coeficientes y superdotados de la materia, brindan respuestas impecables a sus preguntas. Con todo, se sobre entiende que él sólo busca divertirse. Si no, ¿para qué querría alguien con sus poderes, poner a sus servicios a esos seres despreciables, cuyas reglas, para él no valen nada, y para tener, luego, que pagarles?
Respecto a su contrincante, Luke es, o muy ingenuo, o de muy pocas luces. Porque “el que se defiende a sí mismo, tiene a un tonto por cliente” y, si bien consigue el respaldo de una amiga, es él quien acaba yendo al frente.
A medida que el juicio avanza, las coherencias argumentales brillan por su ausencia. Este es el caso de un sujeto capaz de cambiar el color de sus ojos, transparentarse o escupir fuego, pero a quien nadie teme acercársele, o se convence de que dice la verdad.
Tampoco hay que olvidarse del atrevimiento del director, al tomar entera una de las mejores frases de Algunos Hombres Buenos (1992). No solo, Timothy A. Chey no ha escrito un buen libreto, sino que ha elegido copiar de otros.
Cada nueva sesión de “Luke o´Brien vs El Diablo” parece un chiste, con abogados a quienes podría arrebatárseles el título. Tal es así que, uno a uno, se van turnando, a medida que fallan los argumentos de la defensa. Lo que, de todos modos, no es para alarmarse demasiado, porque el propio Luke O´Brien no sabe manejarse.
Se vuelve hasta contradictorio, comprender como estos talentos son incapaces de distinguir al anticristo de un impostor, incluso tras su despliega de poderes. Y peor aún. En este grupo no son siquiera capaces de coincidir unos con otros, al punto de enfrentarse entre ellos o desautorizarse.
Una vez que hemos llegado al tramo final, lo único potable es la interpretación de un Malcolm McDowell, que podría haber dado clases, al resto del elenco.
Casi sobre el final, Luke aún la sigue peleando, y ahora a sabiendas de que su esposa tiene un tumor. Por eso, su tos. Sin embargo, él prioriza la demanda, a la condición de su esposa.
Si hasta acá, el trabajo de A. Chey era para reírse, tampoco sería raro que no nos diera ni un respiro. Tanto el cierre del juicio, como lo que viene después, sería como para nunca darle una cámara de nuevo. Lo único que A. Chey consigue es que nos preguntemos qué rayos quiso hacer.
Demandando al Diablo quizás pueda resumirse, a una muy errada propaganda religiosa, que aburre y, por sobre todo, ofende, por sus carencias.
Mi puntaje: 1/10