domingo, 17 de junio de 2012

"Cerezas sin sabor a nada"

Título: Ta'm e guilass (El sabor de las cerezas)
Año: 1997
Género: Drama
Director: Abbas Kiarostami
Guión: Abbas Kiarostami
Duración: 95min
Reparto: Homayon Ershadi, Abdolrahman Bagheri, Afshin Khorshid Bakhtiari
Produc.: Abbas Kiarostami Productions, CiBy 2000, Kanoon

En El sabor de las cerezas, Badii (Homayon Ershadi) es un hombre quien, con el propósito de suicidarse, viaja en su auto en busca de alguien que luego lo entierre.
Con una duración de 95 minutos, lo que en ella vemos en su mayor parte, es a su personaje principal, un deprimido Badii, siempre conduciendo. Badii viaja por un camino, de repente ve a alguien a quien considere capaz de llevar a cabo la tarea, se detiene, lo invita a subirse y a continuación pasa a explicarle, cómo ayudándole podría hacerse de buen dinero y muy de prisa. Los detalles del trabajo son, no obstante, obviados al principio, para no espantarlos con algo tan delicado.
Kiarostami cuenta gran parte de la película con una cámara dirigida sobre su actor principal, Homayon Ershadi (o Badii) dentro del auto, siempre en planos medios, e intercalando, de tanto en tanto, imágenes panorámicas. Entonces, cuando Badii se detiene y levanta, en primera instancia a un soldado kurdo, en segunda instancia a un seminarista afgano (Mir Hossein Noori) y por último, a un taxidermista turco (Abdolrahman Bagheri), se va, en cada caso, al típico plano contra plano de él y su acompañante y listo. No es más complejo que eso. El director no se molesta en poner a nuestra dispocisión alguna variante. 
Si acaso este iraní es realmente el maestro que tanto dicen, este no es, definitivamente, el mejor ejemplo. Su monotonía visual recuerda a un monitor cardíaco para pacientes que ya no estén entre los vivos. Haciendo memoria, uno podría acordarse de casos claustrofóbicos como Enlace Mortal (2002) 127 Horas (2010), en donde los directores se habían preocupado por no inducirnos al sueño, para en cambio tenernos muy despiertos con sus escenas. Cualquiera podría concluir que Kiarostami dejó a sus actores (o, no actores) improvisar para la cámara, y que, dijesen lo que dijesen, todo quedaría en el montaje final.  Así, el taxidermista acabaría siendo el único que terminara destacándose, por el admirable relato de su abortado intento de auto eliminación.    
Esta cinta me dejó pensando sobre qué diría el público, si de pronto algún famoso director, tipo Tarantino, nos ofreciera algo parecido. Porque si Kiarostami puede hacerlo, y lograr que por ello lo admiren, ¿por qué no, otros realizadores? Aunque creo que, si cualquiera de estos días Tarantino filmase de la misma manera, el público no dudaría en abuchearlo. 
Es cierto también, que hablamos de estilos completamente diferentes, sólo que, a mi parecer, el minimalismo de la fotografía del iraní junto a sus larguísimas diálogos, llevan a que uno tenga que ponerse a pensar en, qué parte de todo lo que se dice valdrá la pena retener y qué partes desechamos. Kiarostami se haya en dificultades, si aún no se ha dado cuenta de que el cine es sobre todo un lenguaje visual y que se cuenta con acciones, que la palabra hablada debe ser usada con mucha cautela, y que en el caso de poner largas conversaciones, uno ha de ser capaz de demostrar que es un excelente dialoguista.
Su trabajo parece algo digno de un estudiante de cine, medianamente capacitado para usar una cámara y cortar y pegar fotogramas, lo que deja a este director muy mal parado.
De este modo, ¿es por lo menos interesante, la temática? Y… Podría decirse que sí. Supongo que todo lo referente al suicidio, es bastante sugestivo. Sobre todo porque los seres humanos somos morbosos y curiosos por naturaleza. Sin embargo, una buena película no se logra solamente teniendo un buen tema, sino que también hay que saber cómo contarlo, y acá parece, que una vez elegido su esquema, Kiarostami se hubiera olvidado de otras opciones.
Me imagino que, indudablemente, muchos serán capaces de hallarle otros ingredientes que yo haya pasado por alto y que le den mayor profundidad narrativa y significado. Como por ejemplo en el propio espacio geográfico en el cual todo se desarrolla, a las afueras de Tehran. Distintas personas podrían buscarle cosas por aquí o por allá, y quizás sea una película que, aunque muy simple en su estructura, requiera mucho trabajo en la cabeza. 
Así y todo, sigue faltando algo mucho más concreto en lo visual y en sus personajes. Yo diría que todo se reduce a lo que vemos en pantalla, y a las emociones, aquí escasas, que eso nos transmita. 

Mi puntaje: 1/10

            
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sábado, 9 de junio de 2012

"Hasta que la memoria los separe"

Título: The Vow (Votos de Amor)
Año: 2012
Género: Drama, Romántica
Director: Michael Sucsy
Guión: Jason Katims, Abby Kohn y Marc Silverstein (escrita por), Stuart Sendler (historia)
Duración: 104min
Reparto: Rachel McAdams, Channing Tatum, Sam Neill, Jessica Lange, Scott Speedman
Produc.: Screen Gems, Spyglass Entertainment
Presup.: $30 millones aprox.

En Votos de Amor, Leo (Channing Tatum) y Paige (Rachel McAdams) son una joven pareja, felizmente casada, hasta que una noche, a causa de un accidente automovilístico Paige pierde la memoria y es incapaz de reconocer a su marido. Desde ese momento, Leo deberá hacer todo lo que tenga a su alcance para lograr que ella lo recuerde y volver así a tener lo que habían construido.
Fuera de ser de la típica película romántica, Votos de Amor trata de lo que podría significar para una persona, que por circunstancias ajenas a uno, de pronto fueses, para tu media naranja, alguien completamente desconocido. Que esa persona con la que te habías decidido a compartirlo todo, en un abrir y cerrar de ojos te hiciera a un costado, pero por causas que fueran más allá de su propio entendimiento.
La película me recordó bastante a Como si fuera la primera vez (2004), con lo que no estoy diciendo que me pareciera una copia de esta, ya que los problemas de memoria sufridos en cada caso son muy distintos. Es la idea del novio y/o marido que debe volver a enamorar a su pareja, lo que comparten, y que en ambas se maneja de forma magnífica.
Una noche, Leo y Paige, recién salidos del cine se suban a su auto. Rumbo a casa, se entretienen bromeando, hasta que Leo se detiene en un semáforo. Allí Paige se  pone cariñosa y Leo se entusiasma. Pero de pronto, un camión fuera de control impacta con ellos desde atrás y Rachel sale despedida a través del parabrisas, lo que vemos en cámara lenta y que permite que apreciemos la brutalidad de su golpe. Uno ya hasta puede irse anticipando a lo que está por venirse, incluso mientras la ve volar por el aire, entre fragmentos de vidrio astillado.
El director, sin embargo, opta por otro camino. Dejándonos con la interrogante por algunos minutos más, usa un flashback para contarnos cómo es que Leo y Paige se habían conocido y congeniado, para luego casarse y leer, cada uno sus votos, durante una ceremonia en un museo. A todo ese antecedente, en lo personal lo habría omitido, con excepción de la parte del casamiento, que hubiera incluido, aunque más adelante. Para empezar, porque tras tenernos en suspenso y con hasta imágenes ralentizadas del accidente, lo que uno querría sería pasar directamente a todo el “post – choque”,  con la internación en el sanatorio y las malas noticias. Michael Sucsy prefiere alargarnos la espera, colando todo un contexto excesivamente romanticón, que no viene al caso y que seguramente aburra mucho al sector masculino. Porque, en realidad, ¿cómo es que ha acabado Paige?, es lo que uno querría saber, no, cómo terminaron juntos.
La otra razón responde a un tema de reiteración. A lo largo de la película Leo se está esforzando continuamente por ayudarla. Con dicho objetivo es que le deja a la vista cierto material clasificado como "evidencia" de que realmente se querían. No obstante, cuando Paige se sienta a ver el video, básicamente es la misma boda que ya nos mostraron, pero ahora desde el punto de vista de la cámara de uno de sus amigos. 
Paige despierta del coma y es el momento de la verdad. Leo la pone al día sobre lo que ha pasado, a lo que luego Paige lo confunde con su doctor. Sucede que ella ha olvidado los últimos cinco años de su vida. Leo ya había sido advertido por la Dra. Fishman (Wendy Crewson), sobre esta posibilidad, de pérdida total o parcial de memoria, y que podría a su vez reflejarse, a corto o largo plazo. Todo dependiendo de la gravedad del daño cerebral.
La lesión sufrida por Paige significa, increíblemente, no sólo que ha perdido todo recuerdo de su matrimonio y de cualquier aspecto en general sobre ese período de su vida. Conjuntamente conserva en su cabeza, y vívidamente, todo recuerdo de su pasado en casa de sus padres, anterior a su partida, además de acordarse de estar comprometida con Jeremy (Scott Speedman), su antiguo novio.
En definitiva, la pérdida de memoria podría distanciarla de la persona a la que más amaba hasta hacía solo un rato y funcionar a la inversa con respecto a unos padres que, habiendo perdido contacto con su hija, planean recuperarla. Bill y Rita Thornton (Sam Neill y Jessica Lange), con quienes estaba peleada hasta antes del accidente y no se hablaba. Pero Paige ni siquiera recuerda haberse marchado de la casa. En el caso de Jeremy (Scott Speedman), por otra parte, sus recuerdos de esa relación están ahora más frescos que nunca.
Que Paige no reconozca a Leo equivale a que para ella, quien le asegura ser su marido sea un completo desconocido. Y ¿cómo se supone que, de pronto te despiertes, para que alguien a quien asegurás nunca haber visto, te diga estar unido a ti en el más fuerte de los lazos? Encima, cuando te dan de alta, esa misma persona pretende llevarte consigo.
Con Bill, Rita y Jeremy en el medio, Votos de Amor se vuelve un complicado entrecruce de dilemas existenciales y amorosos, y la lucha de intereses entre un pobre joven desgraciado y tres despiadados oponentes. Ambas partes desean ganarse la confianza y el afecto de una Paige confundida, que no tiene ni idea de hacia qué lado agarrar.
En cuanto a Paige, el hecho de tener que asumir que ya no es la chica de la que se acuerda, la que, en su cabeza aún vive con sus padres y quiere estudiar derecho, resulta otro fuerte golpe. Al habérsele borrado todo acerca de su matrimonio, le es muy difícil preocuparse por no herir a Leo, cuando él la ama, y en cambio ella, una y otra vez, no puede serle recíproca. Parece que se tratara de un acto constante de egoísmo, pero no es así. Lo que ocurre es que en su mente todo está confuso y necesita pensar.
Aunque Paige es quien ha sufrido la peor suerte en el impacto, en realidad se hace más fácil compadecer con Leo, y no, con ella. Porque Paige perdió la memoria, pero Leo, a su compañera. Para Paige podría hasta llegar a ser todo tan simple como volver con sus padres y retomar en donde antes dejara. Pero para Leo eso equivaldría a hacer borrón y cuenta nueva y empezar desde cero.
Votos e amor nos invita a reflexionar, si es que ya no lo hemos hecho, sobre cuál es, realmente, el significado de decir que sí a esa unión legal, pero más que nada, sentimental, que es el matrimonio, tanto en las buenas como en las malas, pero sobre todo en las malas, sea en el ámbito que fuese y aunque el otro no sepa quién eres.
Por todo esto es que no veo correcto decir que está película sea una más del montón. Es cierto que, de alguna manera sí cumple con la misma estructura general de cualquier filme romántico, si bien su desarrollo, diría yo, plantea un conflicto que no tiene nada de tonto y que amerita seguir de cerca.

Mi puntaje: 7/10


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viernes, 1 de junio de 2012

"Aplicando políticas de exterminio"

Título: God bless America (Dios bendiga a América)
Año: 2011
Género: Comedia, Crimen
Director: Bobcat Goldthwait
Guión: Bobcat Goldthwait
Duración: 105min
Reparto: Joel Murray, Tara Lynne Barr, Mackenzie Brook Smith, Melinda Page Hamilton, Rich McDonald
Produc.: Darko Entertainment

En Dios bendiga a América, Frank (Joel Murray), un desempleado inadaptado, y Roxy (Tara Lynnne Barr), una rebelde adolescente, se unen para llevar a cabo lo que ambos creen EEUU ha estado necesitando desde hace ya algún tiempo: acabar con toda la inmundicia.
Probablemente muchos vean en esta película un respiro con respecto al típico cine de entretenimiento. Dios bendiga a América parece ser la obra de algún director realmente enojado con los estadounidenses. Para ser más exactos estamos hablando del Sr. Robert Francis Goldthwait, mejor conocido como Bobcat Goldthwait, nacido el 26 de mayo de 1962, nada más ni nada menos que en Syracuse, “Estados Unidos”. Lo que lleva a que uno se pregunte qué sentirá él, exactamente, por su país. Podríamos asumir que lo avergüenza. 
En Dios bendiga a América se nos revelan, precisamente, varias de las razones por las cuales cualquier lúcido residente norteamericano podría pensar: “Dios maldiga a este país, repleto de ignorantes, materialistas y egocéntricos”. La cinta representa, lisa y llanamente, la crítica a una sociedad en la que ciertos sectores no han tardado en caer en la peor de las decadencias, y esto, por ejemplo, manifestado a través del consumismo, del ciudadano irrespetuoso y de los programas televisivos, que mas que incentivar el buen crecimiento individual, podríamos asumir que se han propuesto acabar con todo posible indicio de seres pensantes. Bobcat no desperdicia ni un solo minuto y aborda algunos de los defectos que ve en su gente, sin andarse con vueltas. 
Frank es un empleado de oficina divorciado, que ronda en los cincuenta años, cuya ex esposa es una mujer de pocas luces, su hija, una niña malcriada y sus vecinos, una pareja de subnormales, incapaces de callar a un bebé que se la pasa llorando. Todo este panorama no sólo carece de aspectos positivos, sino que ha convertido a Frank en una bomba de tiempo. La sociedad entera está repleta de ineptos y alguien debería tomar manos en el asunto. 
Ya en la primera escena Frank, se ve muy lejos de estar distendido. Mientras mira la tele (con toda la porquería que hay en sus canales) debe soportar a los, ya mencionados, mal nacidos de al lado, quienes se encuentran del otro lado de la pared de su living. Frank sólo quiere un rato de paz, antes de retornar, al día siguiente, a su cubículo, rodeado de más idiotas. 
Bobcat aprovecha esta maravillosa oportunidad para que veamos qué es lo que le está sucediendo a Frank, internamente. De pronto ha entrado armado a la casa de sus vecinos, para hacerle un bien a la humanidad y acabar, tanto con ellos como con su bebé, de una manera radical, a punta de escopeta. Por suerte, tan pronto como vimos la situación, salimos de la misma, para estarnos tranquilos de que todo ha sido un montaje construido en sus fantasías. 
Resulta sumamente atractiva la manera en que el director nos describe, valiéndose de la “caja boba”, la pérdida de valores y el lamentable rumbo que ha tomado esta sociedad. Todo lo que Frank tiene ante sus ojos puede resumirse a actos de vandalismo, burlas a la política, discriminación, pautas publicitarias que exponen la basura que se vende hoy en el mercado, y lo más asombroso de la nueva era televisiva, destructivos reality shows. De esos que cuentan con el poder de reducirnos el raciocinio a las dimensiones de una avellana. 
Frank, que padece jaquecas, visita a un médico para que le digan que tiene un tumor y que le queda poco. Tras la noticia, la opción más inmediata es el suicidio. Es que la sociedad entera se ha ido al demonio y, dado lo que le espera, ya no ve razones para aplazar más su muerte. 
Pero, de pronto, un programa logra captar su atención. El punto de giro ocurre, precisamente, cuando a través de un reality show Frank comprueba que aún existen motivos por los cuales demorar su propia partida. En este reality en particular, una tal Chloe (Maddie Hasson), una adolescente rubia y atractiva, de cuerpo bien cuidado, pero de carácter horrendo, demuestra tal falta de cerebro, que hasta hace visible cuando dice: ”Mi nombre es Chloe, vivo en Virginia Beach y todo el mundo me quiere porque soy tan linda”. Luego vemos a sus padres y comprendemos que, “de tal palo, tal astilla”. Frank, por cierto, ya ha tenido suficiente. 
Si hubo alguna vez un ciudadano que se animara a decir en voz alta “Dios bendiga a América”, entonces, una de dos: o estaba loco de remate, o acaso habría dado con personas cuerdas y decentes, pero que luego habían quedado reducidas ante una amplia mayoría de energúmenos. Errónea o no, esta frase, Frank está dispuesto a darle sentido y su primer objetivo será esa chica tan bonita. 
De aquí en más, y por intermedio del humor negro, es que se entremezclan algunos de los mejores ejemplos de una realidad diaria, con la que muchos, seguramente, se sientan identificados. 
Al poco, Frank conoce a Roxy, una joven con quien comparte, en muchos aspectos, su visión general de las cosas, con la salvedad de que hay en Roxy una postura mucho más resuelta. Él quiere escoger a sus víctimas y limitarse a acabarlas, y en cambio ella, pretende moverse más deprisa e ir ya mismo a sembrar el pánico, deseosa de adrenalina, para matar y luego celebrarlo. 
Roxy no duda en unírsele en lo que será una matanza al más puro estilo de Bonny y Clyde, salvo que, sin los bancos. Ambos van incluso vestidos con gorros parecidos a los de su antecesor, dúo criminal. Más tarde en un motel, Frank adquiere mejor armamento, pasándose de una pistola a una escopeta. Y ahora, sí… Empieza la verdadera diversión. 
Bobcath Goldthwait crea, en definitiva, a dos personajes que sean capaces de representar de manera perfecta la idiotez humana. Frank, quien tiene sus problemas, tanto de salud, como el de ser un inadaptado, y a quien no se le ha ocurrido nada mejor que, antes de morirse, salir a los escopetazos. Y Roxy, quien está tan mal del coco que, para empezar, ha huido de dos padres que la querían y sufren su ausencia, argumentando con que en su casa abusaban de ella. O sea que, los mismos que se han propuesto ha limpiar la escoria, no son más que una parte misma del problema. 
Una vez que la película llega a su fin hemos conocido a un director que no ha perdonado a nadie, y que pretendiera llamar la atención a aquellos que tuvieran la fortuna de no formar parte de esa mayoría con capacidades limitadas. 
Por mi parte, no residiendo en los Estados Unidos, ni siendo tampoco de origen norteamericano, poco es en realidad lo que me corresponde opinar al respecto. Es muy fácil, a veces, opinar o criticar desde afuera, pero muy preferible, no hacerlo. Bobcat, en su lectura es muy claro, pero en principio lo tomo como sólo eso, una lectura. 

Mi puntaje: 7/10


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"El sinsentido en su máxima expresión"

Título: The Tree of Life (El Árbol de la Vida)
Año: 2011
Género: Drama
Director: Terrence Malick
Guión: Terrence Malick
Duración: 139min
Reparto: Brad Pitt, Jessica Chastain, Hunter McCracken, Sean Penn
Produc.: Brave Cove Productions, Cottonwood Pictures, Plan B Entertainment, River Road Entertainment
Presup.: $32 millones aprox.

En El Árbol de la Vida conocemos a los O’Brien, una familia de los años 50, en donde la Sra. O’Brien (Jessica Chastain) es la madre afectuosa y el Sr. O’Brien (Brad Pit), un duro padre que cría a sus hijos de una manera muy estricta y discutible. Jack (Hunter McCracken), uno de esos hijos, que tras pasar por esa infancia, una vez adulto (interpretado por Sean Penn) ya no podrá olvidarse de esos momentos tan lejanos, que cambiaron su vida para siempre.
Luego de seis años de ausencia tras las cámaras, Terrence Malick ha vuelto a ocupar la silla del director. Esta vez para dedicarse a una película, cuyo argumento resulta más sencillo que su ejecución.
Hay quienes aseguran haberla entendido perfectamente y haber quedado cautivados por su despliegue, sobre todo, en lo visual. Otros, por el contrario, dicen no haber entendido nada, y esto es, en parte, comprensible.
Lo que en ella se subraya, es la clara necesidad de mirarla, con los sentidos bien agudos. Es que, es casi seguro que si uno estuviera pensando en otra cosa, terminaría dejando escapar algunos elementos indispensables de su hilo conductor.
Algo que me llamó la atención, incluso, antes de haberla visto, fue el toparme en Internet, con críticas que iban desde aquellos que la habían amado, hasta aquellos que la habían odiado. Este curioso hecho me hizo ponerme más analítico. Teniendo en cuenta que El Árbol de la Vida no es fácil de digerir y que el propio Malick se ha encargado de complicarnos la existencia, diría que, no es raro, que muchos se sintieran confundidos y contrariados (y hasta, un poquito calientes con este hombre) y se preguntaran qué demonios pretendió con este singular cóctel de imágenes.
Varios cientos de personas que pasaron por un antes y un después de esta experiencia, decidieron, sin siquiera notarlo, unirse a dos distintas corrientes de opiniones, bastante extremistas, cada una de las cuales era completamente opuesta a la otra. Por un lado estarían los adoradores de Malick, a quienes el veterano director había sabido transmitir sensaciones muy fuertes y tocarlos muy por dentro y, que por consiguiente, veían en la película la excelencia de un cineasta, cuya sensibilidad era extraordinaria.
Por el otro lado estarían los que, sintiéndose insultados, serían capaces de arrojarla al wáter y tirar de la cisterna. El Árbol de la Vida ni siquiera calificaría como producto consumible, a ojos de sus miembros, sino como el indiferente montaje, sin sentido, de varias secuencias, tomadas y entremezcladas por un hombre sin demasiada claridad de ideas.
Al final, me quedaron algunas interrogantes. Por ejemplo, si quienes decían haber captada el mensaje sin dificultad, lo habían, realmente, conseguido. O, si acaso, no habría jugado un rol fundamental el nivel de entendimiento de uno. Es decir, si quizás para sintonizar con Malick en su tan complicada odisea, no habría sido imprescindible ser, o muy inteligente, o poseer un alto nivel de “cultura cinéfila” incorporada.
Todas estas, supondría válidas variantes. Aunque creo que muchos de quienes tuvieran el descaro de decir que captaron todo en ella en seguida, no han sido sinceros, ni consigo mismos. Existen personas, que cuanto más complicada e inteligible es una película, más les fascina, quién sabe porqué, y que son capaces de buscarle la quinta pata al gato, en donde a veces, en realidad, no hay nada. A estos bichos raros, que disfrutan haciéndose los iluminados, consumidores del “buen cine”, uno podría oírlos mencionar bajo el calificativo de snobs, aunque este sea incorrecto.
Otro factor a considerar, responde a la facilidad que tienen algunas personas al momento de elogiar a ciertas películas por sobre otras. Supongamos que Malick la hubiera abordado de una manera distinta, con la narrativa tradicional, con un principio, un desarrollo y un final, todos bien definidos. La pregunta que me surge es, si esos intelectuales, amantes de lo raro, se atreverían, ante dicha propuesta, a destacarla con el mismo entusiasmo. O quizás, el tener entre manos una cinta de contenido demasiado lineal, les llevase a poner en tela de juicio su aparente calidad narrativa.
Con ya unas cuantas películas en mi haber, algunas, más sencillas, y otras, no tanto, algunas más lineales, y otras, menos, creo haberme entrenado, relativamente bien, a la hora de saber juzgar cuándo una ha sobresalido por su buen uso de las expresión cinematográfica, y no creo que abordar una idea de un modo sencillo, lineal, que se entienda y sin demasiadas complicaciones, pueda muchas veces, significar otra cosa que, que se ha dado con el o los realizadores correctos. Porque “simpleza” no debe confundirse con “pobreza”. Erróneo sería pensar que, por contarnos un relato a través del más directo de los lenguajes, se estuviera pecando por falta del “sello artístico”. Dicho lenguaje, traducido en un esfuerzo por hacernos razonar y no querernos dar la información servida en un plato, para que nos estrujáramos el cerebro.
Cualquier buen realizador debería ser capaz de llegarle al público masivo sin caer en la sencillez ridícula y ofensiva. Luego, que un director quisiese filmar algo sólo para él, de tres horas y pico, en cine mudo, y contada, por ejemplo, en un único plano fijo y frontal, también sería admisible, ¿por qué no? Pero, eso sí. Mejor olvidarse de exponerla a un público amplio, porque los caprichos personales de un cineasta, son sólo asunto suyo y de nadie más. De lo contrario, que se despierte y deje de lado sus absurdas fantasías, deje de lado las pavadas y produzca algo por lo cual nadie vaya a querer ahorcarlo.
Creo que un director, más o menos lúcido, sería aquel que, más allá de sus intereses artísticos y/o financieros, se preocupase por atraer, y no, repeler, a su audiencia. No veo que haya nada más agradable y reconfortante, que saber que cuando expongas tu trabajo, las salas de los cines van a ser bastante o muy concurridos, y que de esta forma, fueras a poder transmitir a tus espectadores una determinada percepción tuya propia de algo que te importa. Partiendo de esta base, si luego estos empezaran a dormirse o a levantarse de las butacas, me sonaría a excusa barata, argumentar que haya sido a causa de un planteo excesivamente complicado y que no estaba al alcance de la mayoría. Porque, de ocurrir lo primero, no habría fallado el público, sino, el realizador.
Si cineastas como Clint Eastwood o Martin Scorsese han sabido contar sus historias sin enredarnos, y de igual manera se los califica de genios, ¿qué sentido tendría, presentar a una familia con planos en donde casi nunca se hablase, en donde importara, más que nada, lo expresivos o inexpresivos que fueran sus rostros, y en donde se escucharan, repetidas veces, las voces en off de algunos de estos personajes, a modo de pensamientos? Encima, luego de la introducción, el director nos sale con la ocurrencia de montar un sinnúmero de imágenes dignas del Discovery Channel, para que veamos desde el Big Bang, a los primeros días de la Tierra, la aparición de los dinosaurios y, nuevamente, el uso de la voz en off, tirándonos frases sueltas. El problema surge cuando uno se percata de que, todo eso a lo que Malick ha dedicado cerca de media hora, podría habérselo salteado, o reducido a cinco minutos para no aburrirnos. Es posible que Malick quisiera llegarnos por intermedio de los sentidos, buscando algo distinto, a eso a lo que estábamos acostumbrados. Igual de cierto es que el cine siempre ha existido para abordarse de muchas maneras, siendo muy bien visto innovar. Sin embargo, Malick acá lo ha sido todo, menos realista, dirigiendo una película sólo para los fanáticos de las rarezas. Siempre lo ha sido y seguirá siendo admitido, que cada quien dirija sus proyectos como se le dé la gana, en tanto cuente con los medios. El tema es que Malick se pasó de la raya. De la misma manera en que nos ha hecho ver planos del universo, de planetas, de volcanes, y hasta planos submarinos, perfectamente hubiera agregado dos eternos minutos de un paneo en una playa desierta y ya habría salido alguno que se pusiera a explicarnos su significado, como todo un filósofo griego.
Por último, veo importante señalar que, si partiéramos de la idea de que en el cine todo se vale, entonces, hoy tenemos a Malick con esta (lo digo otra vez) “rareza”. Pero, imaginémonos que mañana se empezasen a distribuir tres o cuatro películas parecidas a esta. ¿Qué haríamos los espectadores, en dicho caso? ¿Cuál sería el punto de referencia para definir entre una película buena y otra mala, entre una entretenida y otra aburrida? si luego estamos diciendo que todo esto es parte del mismo objetivo por comunicarnos algo, sólo que, variando las estructuras. Porque, si viéramos otra como esta, dijéramos que no nos gustó, y a lo que luego aparecieran al contraataque los ofendidos que opinaran que tendríamos que abrirnos más a nuevas cosas, en lugar de criticarla, ¿en dónde quedaría postulado nuestro “cine lineal y con sentido”? Si viniera otro a refutar nuestros comentarios negativos, argumentando: “¿Porqué decís qué es lenta? Capaz que eso es lo que quiso el director. ¿Porqué decís tal cosa? Capaz que lo que Malick quiso, fue tal otra”.
De modo que no importa, qué tipo de defectos le viéramos a una película extremadamente rara y complicada, o rara y aburrida, para todo tendríamos a alguno haciéndose el abogado defensor. Para toda negativa que la tirara abajo, habría una respuesta, para subirla de nuevo al podio. Lo mismo que decir que, ya no importa seguir con ningún tipo de criterio. Todo se vale.

Mi puntaje: 1/10


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