viernes, 1 de junio de 2012

"El sinsentido en su máxima expresión"

Título: The Tree of Life (El Árbol de la Vida)
Año: 2011
Género: Drama
Director: Terrence Malick
Guión: Terrence Malick
Duración: 139min
Reparto: Brad Pitt, Jessica Chastain, Hunter McCracken, Sean Penn
Produc.: Brave Cove Productions, Cottonwood Pictures, Plan B Entertainment, River Road Entertainment
Presup.: $32 millones aprox.

En El Árbol de la Vida conocemos a los O’Brien, una familia de los años 50, en donde la Sra. O’Brien (Jessica Chastain) es la madre afectuosa y el Sr. O’Brien (Brad Pit), un duro padre que cría a sus hijos de una manera muy estricta y discutible. Jack (Hunter McCracken), uno de esos hijos, que tras pasar por esa infancia, una vez adulto (interpretado por Sean Penn) ya no podrá olvidarse de esos momentos tan lejanos, que cambiaron su vida para siempre.
Luego de seis años de ausencia tras las cámaras, Terrence Malick ha vuelto a ocupar la silla del director. Esta vez para dedicarse a una película, cuyo argumento resulta más sencillo que su ejecución.
Hay quienes aseguran haberla entendido perfectamente y haber quedado cautivados por su despliegue, sobre todo, en lo visual. Otros, por el contrario, dicen no haber entendido nada, y esto es, en parte, comprensible.
Lo que en ella se subraya, es la clara necesidad de mirarla, con los sentidos bien agudos. Es que, es casi seguro que si uno estuviera pensando en otra cosa, terminaría dejando escapar algunos elementos indispensables de su hilo conductor.
Algo que me llamó la atención, incluso, antes de haberla visto, fue el toparme en Internet, con críticas que iban desde aquellos que la habían amado, hasta aquellos que la habían odiado. Este curioso hecho me hizo ponerme más analítico. Teniendo en cuenta que El Árbol de la Vida no es fácil de digerir y que el propio Malick se ha encargado de complicarnos la existencia, diría que, no es raro, que muchos se sintieran confundidos y contrariados (y hasta, un poquito calientes con este hombre) y se preguntaran qué demonios pretendió con este singular cóctel de imágenes.
Varios cientos de personas que pasaron por un antes y un después de esta experiencia, decidieron, sin siquiera notarlo, unirse a dos distintas corrientes de opiniones, bastante extremistas, cada una de las cuales era completamente opuesta a la otra. Por un lado estarían los adoradores de Malick, a quienes el veterano director había sabido transmitir sensaciones muy fuertes y tocarlos muy por dentro y, que por consiguiente, veían en la película la excelencia de un cineasta, cuya sensibilidad era extraordinaria.
Por el otro lado estarían los que, sintiéndose insultados, serían capaces de arrojarla al wáter y tirar de la cisterna. El Árbol de la Vida ni siquiera calificaría como producto consumible, a ojos de sus miembros, sino como el indiferente montaje, sin sentido, de varias secuencias, tomadas y entremezcladas por un hombre sin demasiada claridad de ideas.
Al final, me quedaron algunas interrogantes. Por ejemplo, si quienes decían haber captada el mensaje sin dificultad, lo habían, realmente, conseguido. O, si acaso, no habría jugado un rol fundamental el nivel de entendimiento de uno. Es decir, si quizás para sintonizar con Malick en su tan complicada odisea, no habría sido imprescindible ser, o muy inteligente, o poseer un alto nivel de “cultura cinéfila” incorporada.
Todas estas, supondría válidas variantes. Aunque creo que muchos de quienes tuvieran el descaro de decir que captaron todo en ella en seguida, no han sido sinceros, ni consigo mismos. Existen personas, que cuanto más complicada e inteligible es una película, más les fascina, quién sabe porqué, y que son capaces de buscarle la quinta pata al gato, en donde a veces, en realidad, no hay nada. A estos bichos raros, que disfrutan haciéndose los iluminados, consumidores del “buen cine”, uno podría oírlos mencionar bajo el calificativo de snobs, aunque este sea incorrecto.
Otro factor a considerar, responde a la facilidad que tienen algunas personas al momento de elogiar a ciertas películas por sobre otras. Supongamos que Malick la hubiera abordado de una manera distinta, con la narrativa tradicional, con un principio, un desarrollo y un final, todos bien definidos. La pregunta que me surge es, si esos intelectuales, amantes de lo raro, se atreverían, ante dicha propuesta, a destacarla con el mismo entusiasmo. O quizás, el tener entre manos una cinta de contenido demasiado lineal, les llevase a poner en tela de juicio su aparente calidad narrativa.
Con ya unas cuantas películas en mi haber, algunas, más sencillas, y otras, no tanto, algunas más lineales, y otras, menos, creo haberme entrenado, relativamente bien, a la hora de saber juzgar cuándo una ha sobresalido por su buen uso de las expresión cinematográfica, y no creo que abordar una idea de un modo sencillo, lineal, que se entienda y sin demasiadas complicaciones, pueda muchas veces, significar otra cosa que, que se ha dado con el o los realizadores correctos. Porque “simpleza” no debe confundirse con “pobreza”. Erróneo sería pensar que, por contarnos un relato a través del más directo de los lenguajes, se estuviera pecando por falta del “sello artístico”. Dicho lenguaje, traducido en un esfuerzo por hacernos razonar y no querernos dar la información servida en un plato, para que nos estrujáramos el cerebro.
Cualquier buen realizador debería ser capaz de llegarle al público masivo sin caer en la sencillez ridícula y ofensiva. Luego, que un director quisiese filmar algo sólo para él, de tres horas y pico, en cine mudo, y contada, por ejemplo, en un único plano fijo y frontal, también sería admisible, ¿por qué no? Pero, eso sí. Mejor olvidarse de exponerla a un público amplio, porque los caprichos personales de un cineasta, son sólo asunto suyo y de nadie más. De lo contrario, que se despierte y deje de lado sus absurdas fantasías, deje de lado las pavadas y produzca algo por lo cual nadie vaya a querer ahorcarlo.
Creo que un director, más o menos lúcido, sería aquel que, más allá de sus intereses artísticos y/o financieros, se preocupase por atraer, y no, repeler, a su audiencia. No veo que haya nada más agradable y reconfortante, que saber que cuando expongas tu trabajo, las salas de los cines van a ser bastante o muy concurridos, y que de esta forma, fueras a poder transmitir a tus espectadores una determinada percepción tuya propia de algo que te importa. Partiendo de esta base, si luego estos empezaran a dormirse o a levantarse de las butacas, me sonaría a excusa barata, argumentar que haya sido a causa de un planteo excesivamente complicado y que no estaba al alcance de la mayoría. Porque, de ocurrir lo primero, no habría fallado el público, sino, el realizador.
Si cineastas como Clint Eastwood o Martin Scorsese han sabido contar sus historias sin enredarnos, y de igual manera se los califica de genios, ¿qué sentido tendría, presentar a una familia con planos en donde casi nunca se hablase, en donde importara, más que nada, lo expresivos o inexpresivos que fueran sus rostros, y en donde se escucharan, repetidas veces, las voces en off de algunos de estos personajes, a modo de pensamientos? Encima, luego de la introducción, el director nos sale con la ocurrencia de montar un sinnúmero de imágenes dignas del Discovery Channel, para que veamos desde el Big Bang, a los primeros días de la Tierra, la aparición de los dinosaurios y, nuevamente, el uso de la voz en off, tirándonos frases sueltas. El problema surge cuando uno se percata de que, todo eso a lo que Malick ha dedicado cerca de media hora, podría habérselo salteado, o reducido a cinco minutos para no aburrirnos. Es posible que Malick quisiera llegarnos por intermedio de los sentidos, buscando algo distinto, a eso a lo que estábamos acostumbrados. Igual de cierto es que el cine siempre ha existido para abordarse de muchas maneras, siendo muy bien visto innovar. Sin embargo, Malick acá lo ha sido todo, menos realista, dirigiendo una película sólo para los fanáticos de las rarezas. Siempre lo ha sido y seguirá siendo admitido, que cada quien dirija sus proyectos como se le dé la gana, en tanto cuente con los medios. El tema es que Malick se pasó de la raya. De la misma manera en que nos ha hecho ver planos del universo, de planetas, de volcanes, y hasta planos submarinos, perfectamente hubiera agregado dos eternos minutos de un paneo en una playa desierta y ya habría salido alguno que se pusiera a explicarnos su significado, como todo un filósofo griego.
Por último, veo importante señalar que, si partiéramos de la idea de que en el cine todo se vale, entonces, hoy tenemos a Malick con esta (lo digo otra vez) “rareza”. Pero, imaginémonos que mañana se empezasen a distribuir tres o cuatro películas parecidas a esta. ¿Qué haríamos los espectadores, en dicho caso? ¿Cuál sería el punto de referencia para definir entre una película buena y otra mala, entre una entretenida y otra aburrida? si luego estamos diciendo que todo esto es parte del mismo objetivo por comunicarnos algo, sólo que, variando las estructuras. Porque, si viéramos otra como esta, dijéramos que no nos gustó, y a lo que luego aparecieran al contraataque los ofendidos que opinaran que tendríamos que abrirnos más a nuevas cosas, en lugar de criticarla, ¿en dónde quedaría postulado nuestro “cine lineal y con sentido”? Si viniera otro a refutar nuestros comentarios negativos, argumentando: “¿Porqué decís qué es lenta? Capaz que eso es lo que quiso el director. ¿Porqué decís tal cosa? Capaz que lo que Malick quiso, fue tal otra”.
De modo que no importa, qué tipo de defectos le viéramos a una película extremadamente rara y complicada, o rara y aburrida, para todo tendríamos a alguno haciéndose el abogado defensor. Para toda negativa que la tirara abajo, habría una respuesta, para subirla de nuevo al podio. Lo mismo que decir que, ya no importa seguir con ningún tipo de criterio. Todo se vale.

Mi puntaje: 1/10


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